«Los empresarios de antes vivieron una época donde el acopio de riqueza era igual de posible y muchos cayeron por la tonta vanidad de creerse invencibles»
Vivimos encerrados en una especie de dicotomía maléfica: los que ganan y los que pierden, los triunfadores y los fracasados, los influencers y los haters, quienes están aquí y los que están allá. En un mundo en el que cada vez se miden las cosas peor: eres más cuantos más seguidores tengas, vales más cuanto más te mencionen, llegarás más lejos cuanto menos te preocupes de lo que dejas atrás; más nos valdría sentarnos a ponerle un poco de cordura a esta burbuja mal cosida a golpes de ratón.
Traída al mundo empresarial esta introducción debería ir directa al corazón de los triunfadores de la nueva economía: los techies que están en la cresta de la ola, las startups que lo petan en las rondas, las aceleradoras que crecen y crecen y no paran de crecer, los hijos de los viejos industriales que hoy lo bordan gracias a los prodigios de la fábrica que todo lo sabe; los nuevos constructores inteligentes de la smart mobility, quienes diseñan las ciudades con el compás de la sostenibilidad y la eficiencia infinitas; los nuevos del retail que se están hinchando en Amazon y dan charlas de cómo globalizar lo que antes era el centro de las ventas de un barrio cualquiera en la España de antes; inversores y asesores de la nueva gobernanza, speakers en congresos que arrasan anticipando un par de diapositivas, conectores que “la mueven”, ostentadores de un talento innato para ver posibilidad donde los demás vemos muros de cemento… Vosotras y vosotros tod@s, ¡escuchad!, torres más altas han caído.
Ese mundo que gira a una velocidad de vértigo está aún a tiempo de poner en práctica uno de los principales secretos del éxito de los mejores: la humildad. Los empresarios de antes vivieron una época donde el acopio de riqueza era igual de posible y muchos cayeron por la tonta vanidad de creerse invencibles. Luego vino lo que vino, diez años de sequía económica, y todas esas vanidades perecieron en su propia hoguera. Caigamos antes en la cuenta de que aún estamos a tiempo de practicar con el ejemplo: agradecer al de abajo, repartir cuando se pueda, no pensar que se ha alcanzado la meta, volver a madrugar cada mañana para hacer frente al reto de sacar adelante un negocio cualquiera, celebrar con cautela, observar de reojo a los que son más pequeños y ver en ese lago otra vez reto, oportunidad, ocasión de salvarse.
Ser humilde, sí, y entonces salvarse.
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