No hay dinero. Si pienso en esta imagen mi cerebro se detiene, no sabe dónde buscar caminos: un hombre sentado en una silla en mitad de la nada, de una zona sin ruido (sin gente), que solía mirar el paso de los trenes pero ahora los trenes no pasan… ¿Estamos destinados a pasarnos un tiempo así, esperando a la nada? No puede ser. No lo resistiríamos. La presión de la asolación sería tal que luego ya no valdría de nada la gran recompensa de un mundo mejor…
¿No hay dinero? Lo cierto es que no lo sé pero mucho me temo que no. Si lo hubiera lo hubiésemos gastado antes para ponerle más diques al avance de esta pandemia: mascarillas y respiradores y EPIs y refuerzo salarial para sanitarios pero también liquidez urgente para autónomos, para pymes, para familias que no tienen nada.
En el alud de la burocracia es posible que se esconda una verdad que aterra: el país vive al día. Lo público y lo privado, todos, vivimos al día. Y cuando un Estado tiene que rascar el fondo de la hucha para adquirir lo básico hemos de hacer saltar las alarmas.
Es un ejercicio de responsabilidad colectiva, que da miedo, claro que sí, pero es peor el autoengaño. Miren, nadie sabe la magnitud que tendrá la caída pero si la futurología del FMI se acerca a la realidad nos hundiremos un 8% sólo este año.
Es un descenso tremendo. Un cuerpo que cae a plomo desde el cielo: veloz, sin posibilidad de ser detenido. Pero lo que debe aterrarnos son las predicciones en relación con el paro: nos iríamos según el FMI al 21%. ¡Doblaríamos la tasa de paro media de la UE! Millones de personas sin empleo. El castigo por el Gran Cierre es tan fuerte para nuestro país porque el peso del turismo y del sector servicios es enorme, pero también porque esto nos ha pillado levantándonos de la lona. Desde la gran recesión de 2008 no hemos sido capaces de dar respuesta a nuestro mayor problema estructural: no hay trabajo.
Y sé que costará mucho asumir la verdad pero no nos queda otro remedio. Eso sí, por favor, que el poco dinero que nos quede, todo aquel que podamos juntar para reconstruirnos, se gaste con inteligencia. La economía verde y la economía digital representan grandes oportunidades colectivas a escala europea, pero hay que preparar a la gente para un proceso de aprendizaje permanente que nos permita colocarnos allí donde se va a concentrar la actividad.
En los próximos años el papel de los gobiernos y la inversión pública serán cruciales: si seguimos divididos, medrosos, pequeños ante tamaña incertidumbre, hastiados por el yugo del pasado, rencorosos, cortos de miras; estúpidos y zoquetes de lo nuestro, palmeros y hostigadores, alarmistas y egoístas y toreros; si nos obstinamos en la raza y en las fronteras, en las diferencias y en los malentendidos y en el orgullo, en el victimismo y en la ideología de andar por casa, pues no hay más ideología hoy que la verdad, la necesidad y la cooperación; fracasaremos. Y entonces tendremos que ponernos a fabricar bancos para que nuestros hijos se sienten a mirar por dónde pasaban los trenes antes, mientras se preguntan cómo demonios fueron sus padres capaces de permitir todo aquello.
Fuente: El Mundo
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