Hay un tipo desesperado que cuenta que desde que le presentó el proyecto a la administración (nos ayudaría mucho a gestionar nuestra red de hospitales, es muy avanzado tecnológicamente, eso no lo tiene nadie, le dijeron), hasta este mismo minuto han pasado 14 meses y aún no se han puesto a escribir pliegos, protesta, mi tecnología ya no es lo era, confiesa, el producto ya no vale nade pero tampoco tengo otro sitio donde ir, ya me he acostumbrado a vivir así.
Hay una mujer que nos enseña un gráfico, es economista, hace estudios: el tiempo medio para firmar un contrato con un grande es de un año, el tiempo medio de respuesta a un mail importante una semana, que te abran la agenda para una reunión trascendental, un mes. Aún no lo ha estudiado pero cuenta que con lo que perdemos en la salita de espera el Estado podría actualizar las pensiones y pagar el rescate de las autopistas al mismo tiempo, sin renunciar a nada. Los daños colaterales son peores: sólo el 10% de los que pasan más de un año in albis sale del agujero, por el camino perdemos a ocho de cada diez emprendedores, cuatro de cada diez innovaciones. La interrumpo. ¿Con la innovación también pasa? Uy! Ahí es donde más se ve: ninguno de los grandes quiere perder poder y retrasan la innovación en sus empresas a ver si con suerte se jubilan antes. Increíble, le digo. Real, me responde.
Toda la vida poniendo el foco en cómo somos, en cómo nos formamos, en qué tipo de empresas montamos y va y resulta que es posible que seamos así porque también esto de echar balones fuera está en nuestra naturaleza. Vamos, que igual eso de que los americanos y los ingleses y los alemanes hacen mejores proyectos y mejores empresas se podría explicar poniendo el foco en el otro lado: en USA no responder un mail es un falta de respeto, en Inglaterra un NO rápido es polite y saludable, los alemanes cierran los grandes contratos en menos de tres meses…
Buscamos la eficiencia productiva y somos ineficientes en todo lo demás. Aquí esperar es como estar en el purgatorio, no te contrata ni Dios pero ahí andas, moviendo el tema, de reunión en reunión sin apretón final. No lo ha calculado aún nadie pero yo creo que si sumásemos todo el tiempo improductivo que pasamos en la sala de espera, cada ciudadano español tendría de media dos o tres horas al día para ser libre, para ser feliz, para no hacer nada, y eso sí que sería una pasada.
Fuente: El Mundo
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