Menos mal que la memoria tiene estas cosas: solo hace unos días que te has marchado después de una pelea a muerte con la vida y de súbito me asaltan decenas de fotogramas, de recuerdos: las cervezas en Place Luxemburg, los reservados en los que conocí a grandes europeístas de la política española de entonces, los cigarrillos en el rincón del café y aquella queja tuya siempre porque yo sólo te ofrecía light y tú los querías más fuertes (¡maldito tabaco!). La vida de Bruselas de hace quince años que se me ha venido encima.
Fuiste mi gran mentor. Te lo debo casi todo en el ámbito del trabajo. Recuerdo mis primeros días allí, mi gran despiste, el frío, el cielo de panza de burro. Yo me peleaba con los informes y los libros verdes y blancos de la Comisión Europea, con los grupos de trabajo, con el listado de miles de instituciones que entonces gestionaban proyectos europeos. Era casi de noche, como siempre allí en invierno, y te acercaste: ¿qué haces?, escribo un informe para las Cámaras, ¿sobre qué?, sobre la directiva de servicios y su impacto en el mercado español; te quedaste un momento en silencio y me miraste (mirabas translúcido, se te abrían las pupilas y hablabas quedo); uff, para eso faltan al menos cinco años, me dijiste; mira, continuaste, aprovecha que estás aquí, sal, ve a los cócteles y a las presentaciones, habla con la gente, pásalo bien; aquí dentro, en la oficina, nunca va a pasar nada, la vida está fuera y todo lo que necesitan tus clientes está pasando ahora lejos de aquí.
Gracias Fernando. Aún hoy conservo aquellas relaciones. En los pasillos conseguí mis primeros éxitos laborales y en los cócteles y en las presentaciones aprendí a hablar con directivos y políticos. Aprendí a escuchar y a narrar. Luego, la vida ha dado también para mi muchas vueltas y de la política europea me pasé a la financiación para las empresas y de ahí a la innovación, pero ¿sabes?, siempre va de lo mismo: de tener entusiasmo y pasión y de ser feliz porque estás en el camino, de quitarle hierro a lo malo (en ti no cabía lo malo), de celebrar cualquier cosa pequeña que pasa porque aunque pensamos que nuestra misión en la vida es hacer algo grande la vida está formada de cosas pequeñas.
Hoy soy consciente de tu marcha y tengo pena, pero no puedo evitar sonreír cuando recuerdo tu mueca medio burlona al despedir a la comitiva que venía de Madrid a controlar lo que hacíamos. Porque allí dentro nunca pasaba nada. La vida estaba fuera.
Fuente: El Mundo
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