e nos ha permitido tanto teatralizar el negocio de la innovación que todavía nos cuesta distinguir entre la ficción y la realidad. Silicon Valley, el gran generador de ficciones y metáforas billonarias está muerto. A todos aquellos que tuvieran el billete comprado para hacer su tour de la innovación mi recomendación es que pidan cuanto antes que les devuelvan el dinero, game over. Ha sido igual de necesario que excesivo, útil y nefasto, demostrativo y operístico, sueño y drama. Menos mal que cada vez hay menos territorios empeñados en copiar y emular su modelo, aquello fue otra moda que por suerte ya ha pasado. Maldito teatro de la innovación…
El riesgo de que la innovación y toda su cantinela se ponga a hibernar como consecuencia de este gigantesco lapsus en el tiempo es enorme. Si bien es cierto que todas las necesidades de digitalización de nuestra economía son ahora más urgentes y evidentes que nunca, no lo es menos que cuando rascas en la piel de las compañías hay cierta tendencia a salvar el dinero de la caja hasta alguien haya sido capaz de tragarse la enorme constelación de incertidumbres que nos acecha. Desde la óptica financiera las compañías están obsesionadas por igual en cuatro grandes ejes: eficientar, ahorrar costes, cancelar inversiones (particularmente en innovación) y arañar ayudas. No tengo la sensación de que esta gran crisis haya servido para asentar aún más los postulados de la innovación, todavía no; aún estamos frente a la reacción natural de toda economía ante las incertidumbres: no levantar utopías.
Ya no nos podemos permitir más sesiones de teatro, más mundillo de cotilleo en redes sociales, más campañas de marketing, más humo. La identificación de los problemas que dificultan la innovación en las grandes corporaciones es ya material de estudios empíricos con enormes series comparativas, aquí ya no sirve la música celestial de los teóricos, el ancho territorio de los lugares comunes.
Algún disparo directo al corazón
Hay que acabar con las burocracias internas, con las rígidas reglas del mundo antiguo, hay que levantarlas, todas de una, y abrir los edificios enteros y que la luz se adueñe de todos los rincones. La cultura de las empresas es un factor clave, no basta con escribirla y divulgarla y pagar campañas costosísimas (mucho más caras que todo el presupuesto destinado a innovación en muchos casos), hay que hacerla real a partir de su único elemento transmisor, las personas. Resulta urgente por otro lado instaurar una dinámica activa de la colaboración: que los departamentos se hablen entre sí, que no se maten, que se lo crean, que sean capaces de hacer cosas juntos. ¿Suena sencillo, verdad? Nada más lejos de la realidad: todas las acciones que dependen de las conductas humanas son mucho más complejas que las que se resuelven con dinero.
Los que han dado al salto a la innovación han experimentado distintos modelos, hibridándolos incluso, y ya tenemos algunas evidencias. Más allá de que sea a través de laboratorios propios o de aceleradoras con terceros, las compañías más exitosas tienen en común que se aproximan al talento para hacer cosas tangibles. La fórmula ya no es aquello de y tú cómo resolverías este caso en que caso de que hubiera caso y yo fuera una gran empresa y tú un emprendedor disruptivo. No, aquel teatro ya pasó, la historia ahora es que hay un problema real y vamos a ver qué pruebas hacemos para ir diseñando una solución con la que luego ya veremos qué hacemos juntos. Se ensaya en el lienzo, con pinturas reales. Por cierto, las grandes empresas cada vez apuestan más por los Venture Builders porque acotan más el campo de pruebas y crean un traje a su medida.
Y digo yo, ¿con los más de setenta mil millones de euros que van a llegar de Europa no podríamos hacer crecer todo esto?, ¿no podríamos dejar de pagar óperas y representaciones de nuestras utopías para hacerle frente a la cruda realidad del mundo post-Covid? Se me antoja imposible que esto ocurra sin más, pero si entre todos lo vamos empujando, es posible que el grito llegue lejos, muy lejos, a Bruselas, y entonces los guiones de los teóricos no serán financiables y toda la inversión llegará al campo de pruebas.
Fuente: El Español